Hermano, querido hermano: competencia por la leche
Amando Bautista, Margarita Juárez, Margarita Martínez Gómez y Robyn Hudson
Los seres humanos frecuentemente tendemos a pensar en la familia como una unidad de amor incondicional, cobijo seguro, protección y armonía. Más aún, esta visión antropocéntrica fácilmente la traslapamos a toda la naturaleza y entonces tenemos la impresión de que también entre los miembros de las familias de otros animales las cosas marchan de maravilla. Sin embargo, hace unas décadas, cuando empezó a generalizarse la idea de que la selección natural operaba a nivel de individuos y genes, los biólogos voltearon hacia el núcleo familiar sospechando la existencia de intereses genéticos individuales —egoístas— entre sus miembros. Y efectivamente, tanto biólogos como psicólogos comenzaron a reconocer que las relaciones familiares también pueden estar marcadas por tensiones y conflictos entre los padres, entre padres e hijos y entre hermanos.
En psicología comienza a considerarse cómo las relaciones tempranas entre hermanos pueden moldear la personalidad. Un claro ejemplo de tal interés es una extensiva y trascendente revisión hecha por el Dr. Sulloway de la Universidad de California, en Berkeley, donde argumenta que los hermanos son diferentes debido a que emplean distintas estrategias para obtener recursos de los padres, y explica que las variaciones están determinadas por diferencias en edad, talla, fuerza y estatus, las cuales se relacionan directamente con el orden de nacimiento. Los primeros en nacer funcionan como padres sustitutos y tienden a identificarse más cercanamente con sus padres. Los segundos, tienden a reaccionar contra ellos. Sulloway hace una afirmación fuerte cuando dice que “la competencia entre hermanos, junto con los nichos familiares, constituyen una poderosa máquina que conduce el desarrollo de la personalidad y que, a su vez, ha moldeado aspectos de la historia del mundo”.
En la naturaleza frecuentemente los recursos son limitados, lo que provoca que los organismos, desde el nacimiento —y probablemente prenatalmente en mamíferos— tengan que competir con otros, de diferente o de la misma especie, para obtenerlos. No es sorprendente que en muchos grupos —incluyéndonos— los rivales están en la misma casa: los hermanos. Sobre este interesante tema, los ecólogos conductuales son quienes han aportado más información como resultado de sus numerosos estudios descriptivos y experimentales en aves. El alimento que los padres proveen es un factor fundamental por el cual se dispara la agresión entre los polluelos de un mismo nido, algo observado en especies como el bobo de patas azules (Sula nebouxi), la garza tridáctila (Rissa tridáctila), el águila pescadora (Pandion haliaetus) y el arao aliblanco (Cepphus grylle). El pico es el arma por excelencia con que el mayor mantendrá en jaque a los más pequeños, llegando a ocasionar desde simples heridas hasta la expulsión del nido o la muerte (cuadro 1).
En su revisión de la rivalidad entre hermanos, Mock y Parker puntualizan que, a diferencia de las aves, la competencia en mamíferos puede operar desde edades muy tempranas, y en algunas especies probablemente prenatalmente. Los embriones de ave están inmersos individualmente en un suplemento alimenticio predeterminado —la yema dentro del cascarón—; en cambio, los de mamífero comparten una fuente de alimento común, el sistema circulatorio materno. Además, se desarrollan físicamente cerca de sus hermanos, circunstancia que acrecienta las interacciones prenatales.
El caso especial de los mamíferos
La glándula mamaria, además de dar nombre a la clase de los mamíferos, es la productora de leche. Este nutritivo líquido está constituido por lípidos, aminoácidos, inmunoglobulinas, agua y otros componentes cuantitativamente menores pero biológicamente significativos, y casi es la única fuente de nutrimento con que cuentan los mamíferos desde el momento de haber abandonado el cómodo vientre de la madre hasta el destete. Durante cierto periodo postnatal las inmunoglobulinas, grandes moléculas proteicas absorbidas de forma intacta por el intestino, proveen a los jóvenes mamíferos de protección contra las infecciones mientras su sistema inmune madura. Sin embargo, los constituyentes individuales de la leche varían entre las especies (cuadro 2), al igual que varía la estructura anatómica de las glándulas, tanto en la posición —puede ser toráxico, abdominal o inguinal—, como en el número, el cual depende de la cantidad de crías (cuadro 3), y la frecuencia y duración de los episodios de amamantamiento. Existen desde casos extremos en los que la madre amamanta a sus crías una vez al día, como la coneja —y aparentemente, en todo el orden de los lagomorfos—, o el de las focas, que pueden dejar de hacerlo por tres días, hasta el de la rata, que amamantan durante 20 o 30 minutos de 12 a 18 veces en un día. Los seres humanos lo hacen unas diez veces al día y cada sesión dura alrededor de siete minutos. Estas diferencias en composición de la leche, número y arreglo de las glándulas mamarias, así como en los patrones de conducta del amamantamiento, recalcan la importancia de esta evolutivamente nueva forma de alimentar a los jóvenes, al igual que de las fuerzas selectivas que debieron actuar sobre ella para producir tal radiación y diversidad.
La leche sale en respuesta a la acción de un reflejo neuroendocrino, cuya activación se debe a la succión de las crías. Ésta estimula los receptores situados en los pezones o tetas de la madre, provocando impulsos que viajan al sistema nervioso central. La información llega hasta los cuerpos celulares de neuronas del hipotálamo que liberan la hormona oxitocina en sus terminales ubicadas en la neurohipófisis. La oxitocina viaja por el torrente sanguíneo hasta la glándula mamaria provocando la contracción de las células mioepiteliales, lo que reduce el volumen de los alvéolos, dilata y acorta los conductos mamarios, dando lugar a la expulsión forzada de leche hacia el exterior, lo que se conoce como eyección de la leche.
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