El problema de tener petróleo y no entender para qué rayos sirve
Miguel Ángel Méndez Rojas
Desde 1938, el tema del petróleo hace vibrar fibras muy sensibles de un nacionalismo muy mal entendido (y peor explotado, políticamente hablando). En las décadas previas a la nacionalización de este recurso energético no renovable, las compañías extranjeras dominaban el panorama de la exploración, extracción y transformación del oro negro, y México ya se vislumbraba como un actor importante y competitivo entre los principales productores del hidrocarburo a nivel mundial, pero que carecía de una política gubernamental que diera algún beneficio a la población derivado de la explotación por parte de las compañías privadas involucradas. Básicamente se llevaban millones de pesos en ganancias, dejando tras de sí apenas unas pocas migajas en compensación. La abundancia y facilidad de extracción, hacían muy redituable el negocio pero precisamente la ambición por el dinero fácil, llevó a una actitud arrogante de las compañías que les hacía desacatar las leyes, pensándose intocables y impunes. La proclama de la expropiación petrolera del 18 de Marzo de 1938 por el Presidente mexicano General Lázaro Cárdenas, nos hizo imaginar un futuro luminoso, en donde las ganancias se emplearían para transformar a nuestra nación e insertarla en la modernidad. Esto se pensó, al principio, debería ocurrir a través de la educación y para tal fin, las Facultades de Química y de Ingeniería de la UNAM, y el recién creado Instituto Politécnico Nacional, formaron cuadros de profesionistas del más alto nivel, creándose además programas de estudios específicos hacia la industria petrolera. Así se dio un boom que hasta el día de hoy sigue resonando y siendo enarbolado como bandera nacionalista por numerosos intereses políticos y económicos. Sin embargo, y esa es mi opinión, la bonanza petrolera nos ha hecho más daño que bien. O visto de otra manera, los beneficios han sido más para unos cuántos y, aunque en la práctica los recursos provenientes de la venta de los millones de barriles que nuestro subsuelo ha producido han aportado hasta más de un 30% del producto interno bruto (PIB), muchos mexicanos no hemos visto un beneficio concreto, pues ni disfrutamos de seguridad social, ni tenemos calles pavimentadas, ni mucho menos somos usuarios de la educación pública.
En un reciente artículo en la revista Nexos (http://www.nexos.com.mx/?p=12791), el ingeniero chileno (nacionalizado mexicano) Cinna Lomnitz Arosfrau, investigador y académico emérito del Instituto de Geofísica de la UNAM, publicó una muy interesante reflexión sobre la Reforma Energética y sus implicaciones para un país como el nuestro, tan rico en recursos petroleros, pero tan escaso de recursos humanos capacitados para su explotación racional. En este ensayo, Lomnitz critica que en nuestro país todo lo queremos resolver a través de “nuevas políticas”. Esto claramente es un reconocimiento implícito a que las viejas políticas no sirvieron ni servirán. Y muy en el fondo, lo anterior significa que los políticos en este país no han servido para el beneficio del país, sino para ejercitarnos en el centenario deporte de legislar, hacer leyes huecas y sin sentido y, eso sí, proteger los intereses de unos cuántos y, si el tiempo lo permite, los intereses personales también. De manera muy clara, lo evidente queda ahí –valga la redundancia- a la vista: petróleo hay, y si somos un poco quisquillosos, probablemente tengamos suficiente para unos 300 años más hacia el futuro y tal vez más. El problema es que es un recurso que costará cada vez más extraer y refinar. Pero no es solamente una cuestión de dinero. El problema es que no contamos con los profesionistas apropiados para buscarlo, sacarlo y convertirlo en fuente de riqueza. No basta con que esté ahí, en nuestro subsuelo, y mucho menos importa que nuestro nacionalismo se inflame con cánticos y consignas que “defiendan la propiedad pública del petróleo” o que clamen a los cielos el “derecho histórico de cada mexicano por poseer esta riqueza líquida”, que según López Velarde nos fue otorgada por el mismísimo diablo. Ni es tan importante una reforma a PEMEX. Lo que necesitamos, para ser prácticos, es contar con doctores y especialistas, científicos del petróleo pues, que sean capaces de ubicarlo, cuantificarlo y aprovecharlo. Porque de nada le sirve a alguien estar parado en un terreno bajo el cual existen almacenados millones y millones de barriles de petróleo, si al final no tiene ni idea de que está ahí o para que puede servir.
El movimiento nacionalista de Tata Cárdenas no buscaba solo asegurar la posesión del hidrocarburo. Lo que más buscaba era que nos volviéramos capaces de aprovecharlo para nuestro desarrollo. Países con menos recursos petroleros que nosotros, pero con mayor visión (derivada de su alto nivel educativo, probablemente) han sabido invertir en ese futuro. Noruega, Arabia Saudita, Kuwait e incluso Brasil están convirtiendo el petróleo en una fuente de recursos para transformar sus sociedades y proteger a sus habitantes. Aquí, por el contrario, todo es una simulación y buenas intenciones. Tenemos un sindicato petrolero que sí disfruta del nacionalismo energético, y con muy buenos dividendos (y quien lo dude, que le pregunte al senador Carlos Romero Dechamps cómo es que pudo comprarle a su hijo José Carlos un Ferrari de 2 millones de dólares o cómo mantiene el estilo de vida multimillonario de su hija Paulina). Para el resto de los mexicanos, lo único que existe es el orgullo de poder gritar que el petróleo es nuestro y sentir, así un poquito, algo de orgullo en ese nacionalismo que protege corruptelas y abusos del poder.
Tal vez México fue más perjudicado que beneficiado por tener la fortuna de que en su territorio existieran tantos recursos naturales. Si la Naturaleza no nos hubiera provisto de tanta abundancia, quizá nos hubiéramos esforzado un poco más; tal vez hubiéramos apostado más por otras vías, como la educación y la igualdad y justicia social, como mecanismos para el desarrollo. Tal vez en vez de planear como administrar la riqueza, nos hubiéramos puesto a imaginar cómo consolidarla e incrementarla. Tal vez habríamos aprendido de otras naciones, como Japón, que a través de trabajo y disciplina han pasado de ser importadores de todo a exportadores de alta tecnología. Pero, ¡oh cielos!, lamentablemente nos tocó ser ricos en recursos y pobres en imaginación.