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La otra cara de Einstein: el machismo

Fís. Alfredo Osorio S.

Cuando pensamos en Einstein nos viene a la mente la imagen de un hombre afable, pacifista, distraído, pero sobre todo el hombre paradigmático al que hay que imitar para pasar por genio- o medianamente inteligente- adoptando algunas de sus costumbres y sus poses: la deificación hace acto de presencia. ¿O no lo recordamos en fotografías memorables como aquella donde está sacando la lengua al máximo, o bien cuando, ya viejo, se encuentra montado en una bicicleta; claro, cómo olvidar cuando está fumando su inseparable pipa a bordo de un velero; tocando el violín; haciendo caricaturas de sus amigos, o posando con el penacho del jefe de una tribu sioux? Hasta aquí todo perfecto. Sin embargo, Einstein tiene una faceta, no suficientemente conocida, y es: la de que también…. fue un hombre. Veamos.

El 6 de enero de 1903, Einstein contrajo matrimonio con su compañera de estudios Mileva Maric, previo a este casamiento, le mandó (el 6 de agosto de 1900) cartas como la siguiente: «Cuando no te tengo siento como si no estuviera completo. Si me siento, quisiera marcharme; si me voy, me alegro de volver a casa; si me entretengo, quisiera estudiar; si estudio, me falta recogimiento y tranquilidad, y si me voy a dormir, no estoy satisfecho con el día vivido. Que lo pases bien, corazón, y recibe los besos más afectuosos de tu Albert».

Dentro del contexto de la deificación einsteniana, el párrafo anterior no implica una contradicción, no obstante, la siguiente referencia de una de las cartas que intercambiaron, nos muestra a un Einstein desconocido, justo cuando la mala relación que tuvo con Mileva desembocaría en el divorcio, dándose los “lujos machistas” sustentados en las condiciones siguientes que le impuso a su todavía esposa, el 18 de julio de 1914, para poder simular un matrimonio feliz, y poder seguir viviendo juntos:

Condiciones.

Debes asegurarte:

1) Que mi ropa, limpia y por lavar, se mantenga en buen orden y arreglada;

2) Que reciba mis tres comidas de manera regular en mi habitación;

3) Que mi habitación y despacho se mantengan siempre limpios, y, en particular, que mi mesa esté dispuesta sólo para mí.

Renuncias a todas las relaciones personales conmigo en tanto no sea absolutamente necesario mantenerlas por razones sociales. Específicamente, debes renunciar:

1) A que me siente en casa contigo;

2) A que salga o viaje contigo;

C) En tus relaciones conmigo debes aceptar explícitamente adherirte a los siguientes puntos:

1) No debes esperar de mi intimidad ni reprocharme en forma alguna;

2) Debes desistir inmediatamente de dirigirte a mí si te lo pido;

3) Debes abandonar inmediatamente mi habitación o despacho sin protestar si te lo pido.

D) Aceptas no menospreciarme ni de palabra ni de hecho delante de mis hijos.

Quizás las condiciones anteriores no nos convenzan de que Einstein se comportaba como cualquier macho pueblerino (que no es el propósito de esta columna), pero habrá que subrayar que el científico más genial del siglo pasado tuvo tres hijos con Mileva: una niña llamada «Liesert» -en enero de 1902, cuando aún no se casaban; Hans Albert (14 de mayo de 1904), que llegaría a ser profesor de ingeniería en la Universidad de Berkeley (Estados Unidos), y Eduard (28 de julio de 1910), que murió en 1965 en un sanatorio psiquiátrico en que estuvo varias décadas recluido debido a su esquizofrenia. La última entrevista que hizo Einstein a su hijo fue en 1932, es decir, durante 22 años jamás visitó a su hijo.

En alguna otra columna relataré las peripecias amorosas que pasó el Dr. Einstein, por ejemplo, cuando no se decidía por la mamá o por la hija, es decir, cuando decidió casarse con su prima Elsa y no con la hija de ella, Ilse. O, la hasta ahora desconocida relación amorosa, del descubridor de la relación entre masa y energía, con una espía rusa de nombre Margarita Konenkova. Ni hablar, Einstein de carne y hueso.

Así mismo, en otra ocasión relataremos las obras que han hecho inmortal a Albert Einstein.

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