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Virus, pandemias y ébola

Miguel Ángel Méndez Rojas

Los virus son una enigmática herramienta de la naturaleza para intercambiar información genética. Gracias a ellos compartimos información genética entre especies que no podrían conseguirlo por los métodos tradicionales (la reproducción sexual), y por ello es que compartimos genes con plantas, bacterias y otros organismos vivos, con quienes no tenemos ninguna relación evolutiva o de ancestros comunes. Técnicamente podríamos decir que ni siquiera están vivos, pues para poder multiplicarse necesitan de un organismo hospedero y de su maquinaria de replicación. Su tamaño es diverso: van desde unos cuántos nanómetros, como los virus que causan la poliomielitis que miden apenas 30 nanómetros de diámetro (1 nanómetro es igual a la mil millonésima parte de un metro, 1 x 10-9 m), visibles solo a través de potentes microscopios electrónicos de transmisión; otros llegan a ser “enormes”, como el Megavirus chilensis que mide unos 0.7 micrómetros (1 micra es igual a la millonésima parte de un metro, 1 x 10-6 m), claramente visibles con un microscopio óptico convencional. Están conformados, en su forma más general aunque pueden haber variaciones, básicamente por dos partes: una capa proteica (cápside) que funciona como una cápsula para contener el material genético (ADN, ácido desoxirribonucleico o ARN, ácido rribonucleico) que lo caracteriza. No todos son dañinos y tienen formas diversas de propagarse (a través del aire, empleando vectores biológicos como los insectos, fluidos corporales, etc). Su origen es incierto y hay mucha polémica alrededor de si podemos considerarlos (o no) una forma de vida o simplemente una estructura molecular capaz de interaccionar con organismos vivientes. Algunos investigadores consideran a los virus como los “fósiles moleculares” de una época anterior a la de los organismos vivos actuales, debido principalmente a sus proteínas únicas que provienen de genomas de linajes celulares hoy extintos.

Entre las enfermedades causadas por algún tipo de virus podemos citar al resfriado común, la gripe (o influenza), la varicela, el herpes simple, la poliomielitis, varicela, viruela, sarampión, hepatitis, SIDA, gripe aviar, SARS o el temible ébola, entre muchas otras más. Aunque se han descrito apenas unos 5,000 diferentes tipos de virus, se piensa que pueden existir millones de ellos dispersos en los distintos ecosistemas y organismos de nuestro planeta. De hecho, es muy común descubrir virus nuevos constantemente. Los cambios en las interacciones entre organismos, originados por perturbaciones medio ambientales y/o antropogénicas, propician el intercambio de virus entre especies y, en el proceso de adaptación del virus en el nuevo huésped, pueden llegar a originar epidemias altamente infecciosas. Así, por ejemplo, la conquista del Nuevo Mundo (América) se piensa que fue facilitada por agentes biológicos virales que dispersaron epidémicamente enfermedades como la viruela entre los nativos americanos (se estima que hasta 70% de la población indígena falleció por estas causas). Cuando el contagio viral ocurre en una escala global, entonces se denomina pandemia. Hemos estado sujetos a pandemias devastadoras, como la de la gripe española (1918-1919) que cobró la vida a unas 50 millones de personas, o la del SIDA, que es más actual y que entre el momento de su primera detección (5 de Junio de 1981) y hasta la fecha ha causado la muerte de más de 25 millones de personas en todo el mundo. En México, la memoria reciente nos trae el caso de la “pandemia” del virus de la influenza A o H1N1 que afectó entre el 2009 y 2010 no solo a nuestro país, sino también a Canadá y Estados Unidos, y algunos casos aislados en Europa, Asia y Africa, causando cerca de 20,000 muertes confirmadas. Las consecuencias económicas y sociales todavía las tenemos frescas (millones de pesos en pérdidas por el cierre de negocios para evitar contagios, cambios en los hábitos de higiene de la población para desinfectar las manos y para evitar estornudar abiertamente, entre otros). Afortunadamente, esta pandemia fue de bajo impacto, con una tasa de letalidad relativamente baja (cuando se trata oportunamente la infección con antivirales).

Pero no todas enfermedades virales se resumen a una fiebre, diarrea o dolor de cuerpo que se quita con un analgésico, sopa de pollo o descanso. Actualmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) está tratando de controlar una epidemia de fiebre hemorrágica viral del Ébola, causada por el virus del mismo nombre. Esta enfermedad es altamente infecciosa, muy contagiosa y grave, que puede alcanzar tasas de letalidad de hasta el 90%. La epidemia se ha esparcido por Guinea Ecuatorial, Liberia, Sierra Leona y el Congo, con cerca de 800 decesos confirmados y más de 1400 pacientes infectados (una tasa de letalidad del 55%). Entre sus síntomas, luego de un periodo de incubación de 21 días (en humanos), podemos mencionar fiebre alta, dolor muscular, dolor abdominal y migrañas, seguidos por erupción cutánea acompañada de hemorragias severas, que finalmente causan la muerte del paciente en un lapso corto (entre unos días a una semana). Desafortunadamente, no existe una vacuna o medicamento para curar la enfermedad y el único tratamiento es paliativo de los síntomas (antipiréticos para la fiebre, suero para la deshidratación, transfusiones sanguíneas y vigilancia médica continua). Aunque se ha buscado una vacuna contra el virus del Ébola, hasta la fecha no se ha conseguido ninguna efectiva, aunque ha habido resultados esperanzadores en pruebas con ratones y monos empleando un suero desarrollado a partir de un virus de resfriado común. Este tratamiento experimental se empleará para tratar de curar a uno de dos médicos norteamericanos que participaban en las labores de control de la epidemia en África y que lamentablemente se infectaron.

Ya que el tratamiento que se dará a los dos pacientes norteamericanos se realizará en una unidad especializada del Hospital de la Universidad de Emory, en Atlanta, Georgia (muy cercano al Centro de Control de Enfermedades). Para tal fin se trasladará a los dos médicos infectados por avión hasta una base aérea de las Fuerzas Armadas en Marietta, Georgia y no en el aeropuerto internacional de Atlanta, que es considerado como la terminal aérea con más tránsito de pasajeros en el mundo (cerca de 90 millones de pasajeros al año, con conexiones a todos los continentes). Los escenarios de que el virus se liberara de alguna forma en esta ciudad, y que de ahí se esparciera al resto del mundo evocan más lo que hemos visto en películas de ciencia ficción como “Epidemia”, “Hijos del hombre”, “Soy Leyenda” o “Guerra Mundial Z” que a la realidad. La epidemia en África es más una consecuencia de las escasas medidas de higiene existentes, que facilitan el contagio y la propagación del virus. Sin embargo, las probabilidades de que en un futuro próximo ocurra otra pandemia, por algún virus nuevo o una mutación a uno ya conocido, son altas y debemos estar preparados para enfrentarlas, claro, a través de la investigación científica y tecnológica.

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