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La causa de todos los males del país

Miguel Ángel Méndez Rojas

Imagínese, amable lector, que luego de varios meses de consultas, revisiones y análisis (un día sí, cinco no, pues su médico debe constantemente interrumpir su agenda para atender a reuniones sindicales, comisiones de apoyo político y manifestaciones por “el derecho a la atención médica del paciente”), su médico le programa una cirugía a corazón abierto y, a media operación lo despierta de la anestesia para avisarle que ha decidido retirarse justo ese momento pero que no hay nada de qué preocuparse, pues su sobrino/hijo/ahijado/recomendado lo reemplazará en tan delicada tarea. Usted, un poco atarantado por la anestesia y deseando que todo sea parte de ese estado que media entre la consciencia y la inconsciencia, le inquiere sobre las credenciales académicas de ese joven que está a su lado, sin bata, sin traje quirúrgico y que trae un ejemplar del “Yerberito Ilustrado” de Rius en las manos, aparentemente sucias. Su ex cardiólogo le responde, rápidamente mientras se quita los guantes, que no tiene estudios en medicina pero que no hay problema: él tampoco los tenía, ya que al igual que su sucesor había recibido la plaza de especialista en medicina del corazón de su abuelo, ese sí, un connotado matasanos egresado del Instituto Nacional de Cardiología. Seguramente su corazón se detendría en ese momento, aunque muy probablemente lo haría más tarde durante la intrincada operación. Sin poder protestar, su nuevo e inexperto galeno se le aproxima y le susurra al oído que él en realidad no piensa meterle mano, ya que eso implicaría un esfuerzo físico e intelectual para el cuál no está preparado en ese momento. Pero que en su lugar le leerá, mientras la enfermera vuelve a poner el corazón en su lugar y sutura ese agujero en su esternón, el revelador libro que tiene en manos, donde aprenderá que todo puede curarse con yerbas e infusiones, lo que será suficiente para renovar los bríos de su músculo cardiaco. ¿Absurdo verdad?

En otra absurda e imaginaria situación, visualice este escenario: luego de 5 años de estudios (a los que de verdad usted se ha dedicado, con vocación y entusiasmo, a convertirse en un profesionista entregado y responsable), llega el momento final de su preparación académica y, al igual que miles de otros egresados concursa para obtener una plaza de apenas un ciento disponibles. Sus credenciales son excelentes, y sin embargo, al revisar las listas de resultados encuentra con sorpresa que no ha quedado entre los 100 beneficiados con un trabajo de tiempo completo, con todas las responsabilidades y prestaciones que eso significa, sino que incluso, no está ni entre los 200 primeros (algunos de los cuáles recibirán, como premio de consolación, el privilegio de trabajar por horas u honorarios o reemplazar a algún otro empleado que pida algún permiso temporal de ausencia laboral). Al revisar la lista se sorprende aún más de encontrar ahí los nombres de varios excompañeros suyos quienes nunca se distinguieron por su dedicación o esfuerzo, pero eso sí, siempre presumieron sus conexiones o lazos familiares o sentimentales con algún funcionario, líder sindical o político de medio pelo. Y la misma historia se repite luego de estudiar un posgrado en una universidad verdadera, no de esas que solo lo son de nombre y que ejercen en una cochera, traspatio o que funcionan en la intangible realidad electrónica de una universidad virtual. Te encuentras con críticas a tu “inexperiencia laboral”, emitidas por esos mismos excompañeros tuyos que, con 2 años de práctica laboral ganada con el sudor de su apellido, ahora se erigen en expertos que pueden mirarte con desdén por tu “academicísimo” candoroso e inexperto. ¿Inconcebible verdad?

En un tercer episodio cerebral, por fin tu paciencia ha pagado réditos y has obtenido una chamba de tiempo parcial (apenas unas cuantas horas, pero tu profesionalismo y vocación te hacen sentir con la enorme responsabilidad de entregarte de tiempo completo a esta labor). Lo que no sabes es que en la práctica, así será. Tu horario empieza a las 7 de la mañana y continúa hasta la 1 o 4 de la tarde, no de forma continua, pero aun así eso no importa: tienes juntas, comisiones, asesorías y actividades de seguimiento que ocupan las horas “muertas”, sin paga extra ni descarga laboral de ningún tipo. No hay bonos o apoyos económicos para las labores de supervisión que debes hacer en sitios externos al lugar de trabajo, y mucho menos recibes materiales auxiliares para poder llevar a cabo el trabajo de manera efectiva y decorosa. Aun así, con tu exiguo salario cubres esos “pequeños gastos” y continuas con tu labor, porque tu ética profesional así te lo indica. Lo vergonzoso es que tus compañeros (esos mismos de tu época universitaria, con apellidos no ilustres pero sí pretenciosos y llenos de lambiscona ambición), quienes gozan de las mieles de un trabajo de tiempo completo, laboran un 50% o menos de lo que tú, que apenas tienes unas cuantas horas. Y gozan de descargas extras por “comisiones/investigación/actividades administrativas” por las cuáles pueden aun obtener menos horas de agotante trabajo intelectual. Cobran dos o tres veces más que tú y trabajan inversamente proporcional menos, además de (claro) no contar con tus credenciales profesionales ni capacidades laborales. Además se dan el lujo de aterrorizarte constantemente con críticas y oficios administrativos por hacer bien tu trabajo, pues los haces quedar mal con los clientes. Al cliente no hay que darle lo que necesita, sino hacerlo sentir bien: consentirlo, apapacharlo. Ellos fingen hacer su trabajo y para no quedar mal, le dan al cliente la impresión de que les están haciendo un favor. Cuando pregunta que por qué el edificio se está cuarteando, nadie le sabrá decir que no pusieron cimientos, ni varillas, ni usaron materiales de buena calidad. Pero por fuera, el edificio se ve rete-bonito. ¿Aterrador verdad?

Tal vez a estas alturas pensarías que este teatro del absurdo es irreal y grosero. Que en ninguna empresa que se respete se contrataría a alguien sólo por una recomendación o palanca, o permitiría que sus recursos no se ocuparan de manera óptima, o que éstos no generaran los productos de alta calidad que la mantuviera competitiva en el muy competido mercado global. Les parecería absurdo, corrupto, un acto de completa imbecilidad por decirlo de una manera breve. Pero ocurre hoy, como ha ocurrido desde hace muchos años, en el ámbito educativo local, estatal y nacional. No nos sorprende porque, lamentablemente, estamos habituados a ello. Nos parece comprensible –en especial cuando la persona que se beneficia de ello es de nuestra familia- que se sigan vendiendo, heredando o entregando plazas al mejor postor o a la discreción de un funcionario sin escrúpulos y con los bolsillos repletos de codicia. Pero no es justificable ni aceptable, pues como consecuencia de esta denigrante e inmoral acción, millones de estudiantes de este país obtienen una educación de mala o ínfima calidad y, peor aún, se ven expuestos a una realidad lamentable que aprenden a tolerar e imitar. Lo mismo ocurre con los miles de buenos maestros, esos que con vocación abrazan la profesión y se encuentran con la burla de la venta de plazas, el tráfico de influencias, las prebendas sindicales y “los derechos conquistados por el sindicato”, como aquel de heredar o decidir a quién repartir las horas y la plaza al jubilarse. Mientras, los estudiantes miran ese doloroso ejemplo: el “éxito” de la ley del menor esfuerzo, el “triunfo” del abusivo sobre el maestro que honestamente trata de hacer su trabajo, la tranza como forma de vida. “El que no tranza no avanza” es un lema que, como el que estaba escrito en la entrada del Infierno de Dante, da la bienvenida a todo aquel que quiere hacerse un lugar en este corrompido mundo educativo controlado por una secretaria de estado inoperante y un sindicato más preocupado del control político que por la educación y los educandos. Una cadena de corrupción que transforma a los maestros en activo político y los aleja de las aulas y los corazones de la juventud. Eso es lo que está mal con este país, con este estado, con este México.

¿Qué sí estos comentarios son duros y muy poco claros? No me pregunten a mí. Pregúntenles a los funcionarios, líderes sindicales y maestros de utilería que pueden dar una explicación al respecto, ya sea porque practican o toleran, o ambas cosas, estas prácticas nefastas. Todos ellos tienen nombres, direcciones y oficinas, aunque algunos prefieran despachar mejor desde un elegante gimnasio en vez de disfrutar sus elegantes oficinas, con jardines colgantes y fuentes incluidas. Por supuesto, también hay cientos de buenos maestros que pese a toda esta malévola maquinaria de control y de indignidad, hacen su trabajo con cariño y dan la cara por esta profesión tan necesaria y urgente de una reforma real, no solo de maquillaje. Y por ellos, es que es importante denunciar y terminar con esta inequidad e inmoralidad. Pero también estamos todos nosotros, que dejamos a la escuela la labor de formar ciudadanos con valores, cuándo eso debe ocurrir en nuestra casa, tu casa. Tú, lector, padre de familia, alumno, tienes la responsabilidad de acabar con esto, con el ejemplo o con la denuncia, por el futuro de la nación.

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